martes, 25 de junio de 2013

El señor Rovira y Don Perdón. LA DESGRACIADA VIDA de DON PERDON.


(sigue del anterior)

La desgraciada vida de Don Perdón.



El Sr. Don Manuel Cantalejo Miravilla, Manolo para los pocos amigos que tenía, que de tan pocos apenas nadie le llamaba Manolo, era, eso si, conocido en el barrio como Don Perdón. Y no es por que fuera perdonando la vida a todos, si no al contrario, por su carácter pusilánime y apocado, que le hacía decir a todo, y en todas circunstancias, y como fin de cada frase, “perdón”.
Caminaba por la acera, y si alguien venia por de frente, se apartaba rápidamente, diciendo “perdón”. En el bus, alguien le empujaba o le pisaba, y era él que tímidamente pedía perdón. No era que sintiera la necesidad de pedirlo, era su timidez a enfrontarse a cualquier situación difícil para él. Y todas eran difíciles para él.
Tímido y de pocas palabras, cada día, puntualmente a las seis de la mañana, se despertaba antes que sonara el despertador, para no molestar a su señora, la señora Carmen, curiosamente una hermosa mujer, ya entrada en años, como él, pero conservando la frescura, nunca mejor dicho, de la juventud. Y si notaba que ella le miraba disimuladamente, aunque con mala cara, ¡cómo no!, le pedía perdón.


Cada mañana, y siempre con la máxima puntualidad, bajaba de su cuarto piso por la escalera, no fuera que el ascensor pudiera molestar a algún vecino, que a aquellas horas aún estuviera descansando. Como era de piernas cortas, que no bajito, que tenia las piernas mucho mas cortas en proporción, que el resto del cuerpo, bajaba siempre apoyando el brazo en la barandilla, por lo que tanto ésta como la manga de su chaqueta, tenían un brillo impresionante.

La portera de la finca, una vieja alcahueta con vocación de bruja, le esperaba cada mañana a pie de escalera, con la escoba en la mano, en este caso no por lo de bruja, si no por lo de la limpieza, y con su sonrisa vacuna, ella creía que era irónica, le preguntaba si había dejado ya bien limpia la barandilla.
La respuesta del Sr. Manolo, era, ¡como no!,- “Si, perdone usted, Sra. Felisa.”
Salía de casa, sintiendo la carcajada descarada de la bruja en su cogote, pero convencido de que no podía hacer nada para evitarlo. Aquella mujer le causaba un gran miedo, un gran terror. Ya en la acera, camino de la parada del autobús que le llevara al trabajo, procuraba andar esquivando a los circulantes que le venían de frente, no fuera a molestarlos.
El Sr. Manolo era conserje de una gran empresa multinacional, dedicada al comercio exterior, y su misión no era otra que la de informar donde o en que planta se encontraba el departamento por el que le preguntasen. Eso si, después de la información, y antes de que le agradecieran la orientación, no podía dejar de decir a su interlocutor,” perdón”.
Una vez que un joven ejecutivo, nuevo en la compañía y desconocedor de esta rara costumbre, le pregunto directamente de que pedía perdón. El Sr. Manolo solo supo responder: “...perdone usted, de nada, señor, usted disculpe.”
En el trayecto del autobús, siempre a la misma hora por parte de él, aunque no siempre por parte del vehículo, los que ya le tenían visto de a diario, aprovechaban para codearle, para pisarle o empujarle, y siempre recibían la misma palabra, perdón, provocándoles la mas grande de las risas. Y así mismo, por la tarde, al regreso del trabajo, ya que para no molestar a su esposa, se quedaba a comer en su mismo puesto laboral, un bocadillo que él mismo, ¡como no!, se había hecho por la mañana, con el menor ruido posible.
Hasta los perros de su calle le tenían visto, y no dejaban de ladrarle, de morderle los zapatos y hasta de intentar levantar la pierna encima de él. Los niños, siempre crueles, se le reían en estas circunstancias, gritándole, “¡Perdón, perdón, Don perdón!”

Los compañeros de la empresa le encargaban los cafés por la mañana, y aprovechaban para recriminarle cualquier error.
-"¡Este café esta frío! ¡Yo le pedí, Don Perdón, un café con leche, no un cortado! "
Y así cada día. Y cada día la respuesta a todas estas humillaciones, actitudes, burlas, escarnios, era siempre la misma. Perdón.

Un día, a media mañana, se sintió indispuesto. La cena de la noche anterior le sentó mal. Demasiadas especies, pero para no molestar ni incordiar a su esposa, la Sra. Carmen, que le dio a cenar el resto de un Cuscús que había hecho para la comida, no dijo nada, y se la comió aparentando gran gusto. No fuera a enfadarse. Pero había sido mas fuerte que él, y su mal estar le obligo a pedir a su superior, eso si, pedirlo con perdón, a ausentarse.
Llego a casa casi a mediodía, mucho antes de la hora habitual, su hora exacta diaria, y hasta la misma portera le miro sorprendida. La subida, a píe, como siempre, le fatigo y su mal estado se acrecentó.
Solo deseaba llegar, para acostarse directamente. Abrió la puerta sigilosamente, para no molestar a su señora, no estuviese en la cama durmiendo. Un ligero quejido se oía en el dormitorio.
Vaya, ¿le habrá sentado también mal la cena a Carmen?”, pensó.
Con silencio se acerco a la habitación. Empezó a inquietarse, ya que los quejidos eran ahora más evidentes y continuos. Entro en la alcoba, ya todo preocupado, y ¡Dios mío!, se encontró a su fiel y santa esposa, en la cama junto a un hombre. Los dos, al verlo entrar, se taparon rápidamente con la sábana sus desnudeces, y quedaron mudos, sin saber que hacer ni que decir, mirándole.
La situación, si no fuera por lo trágica, sería cómica. El Sr. Manuel, de pie, callado y con los ojos desorbitados, no dando crédito a lo que veía. La pareja, tapándose con la sabana y esperando la reacción del marido.
Y entonces, Don Manuel Cantalejo Miravilla, bajando la cabeza y avergonzado, solo pudo decir: “Perdón “, y salir de la alcoba.
La pareja quedo, ahora si, muda. Tampoco sabían como reaccionar. La mujer infiel y el amante causante de su infidelidad atrapados en su pecado. Se miraron los dos.
No había llegado el Sr. Manolo a la puerta del piso, cuando una sonora carcajada se expandió por la vivienda. Era la reacción de la mujer de Manolo a la situación.
Al momento se unió a la de la mujer, la del amante, y la risa persiguió al hombre por toda la escalera de la finca mientras huía desesperada y avergonzadamente.

Bajo las empinadas escaleras como jamás lo había hecho, de dos en dos, y sin apoyarse en la barandilla. En la garita de la escalera, la portera le esperaba ya, con una risa fuerte, hiriente, vergonzante, lo que hizo que Don Manuel saliera a la calle sin mirar.
Choco con varias personas que circulaban por la acera, y al verlo, todos se pusieron a reír. Los perros callejeros, le persiguieron mordiéndole los bajos de los pantalones.
El Sr. Manolo, al alejarse, creyó sentir una risa perruna, y si era que los perros pueden reír, reían. El conductor del Bus, al pasar, sonriéndose de forma burlesca, le hizo el gesto, con los dedos, de cornudo. Los muchachos de la calle, dejaron unos momentos sus juegos, y le persiguieron al grito de “¡PERDÓN, PERDÓN, Don PERDÓN! 


(sigue el Triste desenlace de Don Perdón)
 

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YO MISMO

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DESCANSO EN EL CAMINO