EL SR. ROVIRA Y DON
PERDON
INTRODUCCION
El
Sr. Rovira, sentado erguidamente en su banco de la plaza, veía pasar
día a día al personal del barrio. Y de tanto verlos pasar ya le
eran y así los consideraba, como amigos o por lo menos, conocidos. Y
no le faltaba razón a Don Antonio en considerarlos conocidos
íntimos, ya que más de uno le había contado sus penas, sus
alegrías, sus decepciones o ilusiones, o sus fracasos. Desde el
bombero enamorado, que para ver a su enamoramiento, prendió fuego a
la casa de su amada, hasta un pobre hombre desesperado, que le contó
sus problemas de falta de carácter y de la infidelidad que había
descubierto en su esposa, y tras aconsejarlo, claro esta sin
palabras, una reacción tan inesperada por parte de aquel pobre
diablo, provoco tal cataclismo en el barrio, que durante días no se
hablo de otra cosa. Y lo más inquietante, es que no volvió a saber
nada de su confidente. Ni del bombero.
Pero
lo que le molestaba de verdad eran los que venían a contarle sus
vidas y penas en pleno estado etílico, cosa que para su desgracia y
decepción, era demasiado habitual.
Pero
una cualidad del Sr. Rovira, era que permanecía siempre impasible,
correctamente vestido con su terno impecable, el chaleco abotonado al
igual que sus botines, perfectamente limpio y aseado, a pesar de
alguna maldad ejercida sobre él por algún desalmado, esto si, ajeno
al barrio, y sobre todo, ajeno a su plaza. Su plaza, pues así la
consideraba, y su banco, de piedra, no demasiado cómodo, pero que le
permitía de este modo continuar con su erguida presencia. Escuchaba
a todos de la misma manera, atento, pendiente de lo que le contaban,
sin inmutarse, dando serenidad y confianza al narrarte de turno, y
normalmente, satisfacción. Lo notaba por el gesto cariñoso que le
ofrecían al terminar con sus cuitas, acariciándole la perilla. No
es que le gustara, pero aceptaba el manoseo como algo amistoso.
Además, ¿como podría quejarse, si acababan de confiar en él,
contándole sus ansias y necesidades?
En
el fondo, los quería, y más de una vez, estuvo a punto de darles un
abrazo o una palmada en la espalda, pero su carácter serio se lo
impedía. La mayoría lo catalogaban de frío, frío como el bronce,
pero su alma era tierna, serena, cariñosa y amistosa, a pesar de no
demostrarlo, cosa que le hacia sentir una cierta pena. Pero el
carácter se fortalece con el paso del tiempo, y el Sr. Rovira
llevaba ya mucho tiempo en la plaza, sentado en su banco, y su
carácter, al igual que su figura, se había fortalecido en sumo
grado.
Gracia
era su barrio, ahí había nacido en el lejano 1816, y ahí
continuaba hoy en día. Barcelona todavía estaba amurallada cuando
era joven, y correteaba por los campos de labor, cuando no ayudaba a
su padre, maestro carpintero, de los mejores de la zona. ¡Hasta
había construido un puente de madera en el puerto para recibir la
ciudad y los reyes de España a un rey de lejano país! Pero su padre
quería que fuera algo más que él, y así fue porque entro a
estudiar arquitectura.
Pero
eso era historia pasada. Muchos secretos y muchas historias, estas si
verdaderamente interesantes y aleccionadoras, de triunfos y grandes
fracasos tenia él para contar a los que a él venían, pero los que
venían era para contarle las suyas, no teniendo él ninguna opción,
pero volvía a decirse, esto era otra historia. Historia de la
ciudad, historia del barrio, e historia de cuando Barcelona creció,
gracias a él, a pesar de que el triunfo de su proyecto del nuevo
ensanche de la ciudad, que lo tenía ganado y concedido, le fue
arrebatado, por imposición del gobierno de Madrid, por otro,
ingeniero él, más politizado y con mas contactos en la Villa y
Corte.
Pero esto era, como
decía, historia pasada.
“Mi
proyecto, fue el ganador del concurso que convoco el Ayuntamiento de
la ciudad de Barcelona en este año, 1859, para el nuevo plan de el
Ensanche de la Ciudad, y era innovador. Y hermoso.
La
ciudad necesitaba crecer después del derribo de las murallas que la
circundaban, plan en el que yo participé activamente hacía ya 15
años, pero que no se llevo a cabo hasta solo hacia cinco, y para
crecer era necesario unir las villas que pululaban alrededor de
Barcelona. Mi propia villa nativa, Gracia, así como las de Sants,
San Marti de Provensals, el Clot, y la lejana Sarria, todas tenían
que estar unidas por ejes radiales, que confluyeran en lo que sería
la plaza de Cataluña, una gran plaza justo a las puertas de la
antigua Ciudad.
La
ciudad se habría como una flor, en las tres direcciones
perpendiculares, que unían así las villas mas alejadas. Y avenidas
transversales que unían los tres ejes de mi plan de ensanche. Pero
mi proyecto ganador, me fue arrebatado por imposición del gobierno
central, por otro proyecto finalista del ingeniero catalán Cerdá,
con influencias muy políticas con Madrid.
Era
un proyecto cuadricular, parecía estar hecho sobre una hoja
cuadriculada de un cuaderno de colegial.
Le
faltaba la hermosura y la novedad de la idea radial. Coloco su centro
neurálgico en la zona actual de la plaza de las Glorias, cosa que
afortunadamente no se realizo. Y dos grandes avenidas que confluían
en ella, una Gran Vía horizontal de Sur a Norte, que cruzaba el plan
desde la zona de la villa de Hostafrancs, hasta el Besos, ya saliendo
de la ciudad camino de las poblaciones de la costa del Maresme, y
otra gran avenida, en Diagonal, del Suroeste al Noreste, que iba a
juntarse en su centro neurálgico, la futura plaza de las Glorias.
Solo una cosa acepté de
innovación en el proyecto. Las esquinas de las calles, calles el
doble de anchas de las que yo planifique, que se cruzaban horizontal
y verticalmente, se cortaron para mejor visibilidad para la gran
cantidad de carruajes y caballerizas que se esperaba que circularan
por este nuevo ensanche urbano. A este invento, se le llamo chaflán.
En esto, confieso, me ganó.
La única satisfacción que
saqué de todo el tema, y me llenó de alegría, fue que la gran
avenida o paseo principal de unía en vertical a la ciudad con mi
villa, se le llamo Paseo de Gracia, y no paseo de Barcelona o del
Ensanche, como algunos quisieron ponerle. De este modo, puedo
afirmar, y me alegra, que el crecimiento de la ciudad se reconoció
por unirse a la Villa de Gracia. ”
(sigue el cuento urbanita)
Precioso el texto, pareciéndome estar contigo cuando paseábamos por Gracia y me contabas toda esa historia de la necesidad del ensanche de Barcelona. De tu sentir orgulloso de ser Barcelonés y sentir ese acierto de avenidas como propio.
ResponderEliminarSi encimas lo arrancas con esta intruducción donde nos haces ver al Sr. Rovira como un ser querido y listo en vida, y querido y listo después de ella, que te voy a decir, amic. Que lamento que don Tripodio no nos hiciera una foto a los dos pidiendo consejo al que seguro que, con la paciencia de un santo varón, nos escucharía. Pa otra vez no se me escapa.
Pues alli estaremos, los dos, el Rovira, Don Antonio y un servidor, amigo, que para estamos los dos.
ResponderEliminar