martes, 9 de julio de 2013

Mi Camino a Santiago Atitlan.


 Crónicas Guatemaltecas



Mi Camino a Santiago Atitlan.      
4ª etapa. (1ª parte)


PANAJACHEL
 
(La cuarta etapa fue la de llegar a Panajachel (San Francisco Panajachel), ciudad a orillas del lago de Atitlán, enfrente de Santiago de Atitlan, al otro lado del gran lago, en medio de los tres volcanes que lo rodean. (Atitlán, San Pedro y Tolimán) En esta población de Panajachel, como si al irme acercando a mi destino final se fueran acentuando los encuentros jacobeos, otra ¿coincidencia? me lleno de emoción, ampliando si cabía el estar seguro ya de estar en el Camino.)

 
Desde esta población de Chichicastenango a la de Panajachel, mi destino de hoy, hay apenas cuarenta kilómetros, eso si por las difíciles carreteras de la zona.
La ciudad intermedia en el trayecto es Solóla, igualmente ciudad de gran mercado precisamente hoy viernes, y que es la conexión para la bajada a Panajachel, a orillas ya del lago de Atitlan, por la carretera siempre dificultosa, a borde del precipicio a la derecha, y por la izquierda la pared montañosa vertical, con abundantes desprendimientos.







 

Y a causa de uno de estos derrumbes hace ya mas de cinco meses, se encuentra cortada al tráfico, por lo que el servicio directo de “canasteras” de Chichi a Panajachel, por Solóla, se ha suprimido.

La solución que se me da, es el de tomar un minibus, de ocho plazas, que hace ruta hasta Los Encuentros, cruce de carreteras, y de allí bajar con el Bus a Solóla. Y desde esta población buscarme la vida.
A las seis y medía de la mañana, a pie de calle principal, en la parada más o menos conocida, la gente se abarrota para tomar el minibus que los llevara al cruce de Los Encuentros, y de allí bajar al mercado de Solóla. 

 









  Son los mismos vendedores de ayer, que marchan con sus mercancías o bien en sus camionetas japonesas, algunos otros con sus canastas en el pequeño bus, que se engrandece para poder dar cabida a mas de veinte personas, entre las que me encuentro, sentado junto a dos amables mayas, y encima de mis rodillas una encantadora y silenciosa anciana, y su inseparable cesta.


El trayecto, como en todos los buses del país, se va parando a medida de que alguien avisa de querer subir o de bajar, produciéndose constantemente el movimiento del personal, para dejar paso al entrante o saliente, con el consecuente ajuste de posición, aprovechando para cambiar la postura de la pierna dormida.

Los conductores de los transportes son de una magnífica calidad, si circularan en un rally, ya que no se respeta ni la velocidad, ni las líneas continuas, y los adelantamientos son para santiguarse, si es que el brazo correspondiente no esta debajo de la amable y silenciosa señora maya.
La llegada a Los Encuentros y la carrera para tomar el Bus a Solóla, éste de gran capacidad, lo que quiere decir el doble de su ocupación sentada y de pie en circunstancias normales. Esta vez me siento junto a un caballero, que luce su sombrero festivo, como la mayoría de los mayas. 






 








  A la llegada a Solóla, y buscándome la vida, encuentro la solución única de tomar otra “canastera” hasta la población de San Jorge, y de allí al tomar una camioneta japonesa, al estilo indígena, que es de pie en la caja, agarrado a la barra de soporte, y hacerse estos últimos cuatro kilómetros por una pista de tierra hasta el embarcadero de Jaibal, en el lago de Atitlan. 


 










 



 
La belleza del territorio, la inmensidad del lago, la vista de los volcanes que lo rodean y el espíritu peregrino hacen olvidar todas estas circunstancias.




 










 

La lancha a motor, nos lleva a Panajachel a través de la maravilla de las aguas azules del Atitlan, y tras tres horas desde la salida de Chichi, y cinco medios de trasporte, y por un total de 3,50€ al cambio, impagable la experiencia, llego por fin al embarcadero de la población turística de Panajachel.


 










 
A pie mismo del embarcadero, la Posada de Don Rodrigo me recibe para tomarme el desayuno tan bien ganado.













 
Unos huevos rancheros, acompañados de los siempre presentes frijoles negros, un zumo de naranja recién exprimido y un buen café expreso, junto a la impresionante vista del lago desde la terraza de la Posada, hacen que empiece totalmente recuperado y en este punto mi verdadera jornada peregrina, dirigiéndome, calle Santander arriba, ya a presentarme en la Iglesia de San Francisco de Asís.

 Y otra experiencia y encuentro jacobeo me espera, aunque yo lo ignoraba en aquel momento.


El Camino presenta diferentes vías de comunicación, para llegar a Santiago..

Y el recuerdo siempre del "Ultreia, Suseia," ¡…animo, más allá, más arriba…!


2 comentarios:

  1. Toda una aventura. Mi recuerdo de esos trayectos, no por ese paisaje, pero sí de niño cuando en el autobús de linea de nuestro barrio con Sevilla se agolpaban las personas sin que pudieramos movernos. Otros tiempos, ya un poco lejanos, en el que muy pocos teniamos coche y el autobús nos conectaba con el mundo.

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  2. Y tal vez por ser otros tiempos, ya lejanos en nuestras memorias, hacen que los recordemos con nostalgia.

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YO MISMO

YO MISMO
DESCANSO EN EL CAMINO